Llueve en mi ciudad

Hace días que no sale el sol. Los días son grises. El cielo opaco aprieta a las nubes. Estas lloran y nace la lluvia.

Hace días que solo llueve. De tanto llover todo está mojado. La ciudad se inunda. Será que no cesará de llover nunca. Quizás un gran diluvio se acerca para desaparecernos. Habrá que inventar una barca al estilo de la Noé.

Habrá que buscar parejas para cada especie. Montarlas en la embarcación y escapar. O solo observar a lo lejos como la ciudad se desvanece con la lluvia y arrasa con todo a su alrededor. Ya ha derrumbado algunas casas. Alguien ha muerto. Una señora de 64 años fue la elegida.

De tanto llover se le vino encima el techo de su propia morada. Pienso en que ella pudo ser mi abuela. En sus ojos cuando el concreto la acechaba inconteniblemente por la fuerza de gravedad. En sus manos cubriéndose el rostro. En sus gritos, en su llanto. En el desmoronamiento de un cuerpo que sucumbe.

Pienso en el breve instante del desplome. Sin tiempo para correr. La pienso encerrada entre paredes, aplastada. Tirada en el suelo. Cubierta entre escombros. Muerta. Sencillamente muerta, a causa de la lluvia. 
 

Yo me quedaré bajo la lluvia. Y con los pies mojados me perderé en las aguas de algún río de mi ciudad. En la barca que naveguen otros.
                  
                  

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El vuelo de las gaviotas (+Fotos)


Las gaviotas revoletean sobre el mar. Alzan el vuelo. Baten sus alas contra el viento. Bajan en contrapicado en busca de algún pez. Algunas se mantienen sobrevolando. Otras descansan sobre los viejos pilotes que quizás sirvieron para amarrar barcos en un muelle ya desaparecido. Otras caminan sobre la orilla del risco.  El escenario: Playa Santa Lucía, en Camagüey.

Las gaviotas adornan esta playa. El paisaje natural lo convierten más pintoresco y armonioso. Quizás el escritor norteamericano Ernest Hemingway cuando recorría en su yate El pilar estas aguas vio gaviotas. Quizás las gaviotas lo acompañaron en sus correrías de caza o pesca o en su búsqueda de submarinos alemanes durante la II Guerra Mundial. Quizás las gaviotas lo inspiraron a escribir su novela autobiográfica Islas en el Golfo.

Quizás yo también descubrí gaviotas. Seguí sus pasos, su vuelo. Quizás yo quise volar con sus alas y ellas me enseñaron que se puede volar sin alas. (Texto: Lis García. Fotos: István Ojeda)



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La visita

Toca a la puerta. Nadie espera.

Entra.

Adentro alguien duerme. Los ronquidos inundan la habitación, la cuartean, la laceran con un eco molestoso. Las paredes rechinan por el espantoso ruido.

En el interior muebles empolvados. Las telarañas cubren las esquinas; el hollín las lámparas del techo y los adornos.

Una mugre empaña el piso: engomado, sucio. La costra en los balancines de los sillones se siente pegajosa. Viejos cuadros desteñidos, virados.

Un gato descansa sobre un cojín en un sofá desvencijado. Todo es austero. Las cortinas opacan la luz del sol. Abandono. Soledad.

Avanza.

En la cocina abre el refrigerador. Solo hielo y unos pomos vacíos. En el piso residuos de comidas descompuestas. En un plato leche cortada y carne con gusanos. Tal vez para el gato.

Llega al cuarto. Ya los ronquidos enmudecieron. El reloj marca la medianoche. El ventilador echa aire caliente. Un cuerpo yace en la cama. No se mueve. Sus ojos hacen muecas.

Sale.

Nadie supo su nombre. Nadie vio. Nadie habló. Solo silencios mudos, tras ronquidos ensordecedores  escucharon sus adioses.

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Frío

El frío se cuela por cada poro de mi piel. Inmoviliza mi cuerpo. Me penetra, sin mi permiso, sin mi autorización.
 

Arruga mis manos. Impide el deslizamiento de mis dedos por el teclado. El frío no me deja hacer ni ser yo. Y como añoro ser yo o al menos la idea que tengo de mi yo.

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