Caminando, como ya es mi
costumbre, por las calles de mi ciudad respiré aires de navidad. Anochecía y la
navidad se expandía por todos lados. Diciembre es el mes que la acoge cada año,
y representa un mes de alegría, de reunificación familiar, de jolgorio y comelatas.
Las tiendas son las que
más se esmeraban en acogerla, pues parece que emularan para ver quien decora
mejor su establecimiento. Aunque lo cierto es que lograban llamar la atención
de los transeúntes, ojalá siempre fuera navidad. En la calle del Medio,
principal arteria comercial de Matanzas, detrás de cada vidriera, de cada cristal
se exhibían unos hermosos arbolitos de navidad, en sus más variados tamaños y guirnaldas resplandecían con sus intermitentes
luces de colores, el local que antes era triste y desolado.
En mi casa, mi abuela
había bajado la caja polvorienta, de encima del closet, para desempolvar el
arbolito que nos ha acompañado durante unos cuantos años y que cada diciembre
vuelve a revivir y ponerse sus mejores galas.
….
Es un mes que culmina un
año para dar comienzo a nuevos sueños y proyectos. Me trae buenos recuerdos de
cuando era niña. Siempre en la Iglesia preparaban una obra de navidad, y eso me
llenaba de alegría. Tenía que disfrazarme de cualquier personaje bíblico que
encarnará el pasaje del nacimiento de Jesús. Yo siempre quería ser el ángel, o
María, la mamá del niño de Dios. Eran días de fiesta y canciones. En otras
ocasiones participaba en alguna que otra expresión corporal o en el coro de
niños, siempre atrás, porque nunca he sido buena en la música, no tengo oído ni
voz musical.
…..
Diciembre y la navidad
también me dilata el paladar. La imagen del puerco asado, en cazuela o como
sea, siempre aparecen en mi mente y ni hablar de la yuca con mojo y los tamales.
Esa comida criolla que me encanta, aparece siempre en abundancia. Antes siempre
la familia se reunía para pasar el fin de año. En casa de mi abuela paterna era
el festecún, mi tía Laly siempre le ha gustado compartir en familia. Los 31 de
diciembre, me encontraba a primos(as) y tías
abuelas, que no veía en el año entero. Todos nos divertíamos a lo
grande, con karaoke, dominó y música…esperábamos la sabrosa comida que
preparaban mi abuela y mi tía.
….
Otro de mis recuerdos que
se extiende hasta el 6 de enero tiene que ver con el Día de los Reyes Magos,
pero bien lo ubico dentro de diciembre porque desde ese mes comenzaba a
escribirles mis cartas a Melchor, Baltasar y Gaspar. Aunque un día decidí que le
escribiría solo a Baltasar, a quien oficialicé como mi rey mago personal.
En cada carta pedía lo
que quería que me regalaran. Mis padres me ayudaban a esconderla en diferentes
lugares y en dependencia de cómo estuviera la economía familiar me concedían lo
que yo quería. De lo contrario me enviaban cartas haciéndose pasar por mi Rey
Mago, excusándose: “Lis no podemos traerte la muñeca que pediste porque hay
muchos niños que regalar y el camino que tenemos que recorrer en nuestro trineo es muy
largo, en cambio te traemos este juego de cocinitas…”, así me escribían innumerables
textos.
Y yo todo me lo creía, soñaba imaginando como se colarían por debajo de la puerta para dejarme el regalo, y casi no podía dormir esa noche vigilando si llegaba por la rendija de la puerta. Al otro día me volvía loca buscado por todos los recovecos de la casa hasta que lo encontraba.
Cada año sucedía igual. Pero un día sufrí una desilusión, una amiguita en la escuela me dijo que los reyes magos no existían, que los papás se hacían pasar por ellos. Mi mundo se cayó abajo. No lo podía creer, pero la vida me enseñó que hay que aprender a crecer, y poco a poco acepté la idea y comprendí el esfuerzo de mis padres para hacerme feliz. Sin embargo, en el fondo me gustaría ser una eterna niña para disfrutar de esos instantes mágicos que me hacían, con tan poco, tan feliz.
Y yo todo me lo creía, soñaba imaginando como se colarían por debajo de la puerta para dejarme el regalo, y casi no podía dormir esa noche vigilando si llegaba por la rendija de la puerta. Al otro día me volvía loca buscado por todos los recovecos de la casa hasta que lo encontraba.
Cada año sucedía igual. Pero un día sufrí una desilusión, una amiguita en la escuela me dijo que los reyes magos no existían, que los papás se hacían pasar por ellos. Mi mundo se cayó abajo. No lo podía creer, pero la vida me enseñó que hay que aprender a crecer, y poco a poco acepté la idea y comprendí el esfuerzo de mis padres para hacerme feliz. Sin embargo, en el fondo me gustaría ser una eterna niña para disfrutar de esos instantes mágicos que me hacían, con tan poco, tan feliz.
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