!!!Cocuyos en mi ciudad!!!


No recuerdo la última vez que vi un cocuyo en mi ciudad. Hace mucho de esto. Cuando pequeña los cazaba y los encerraba en un pomo de cristal. Cantaba: ¡Cocuyito marinero, ven acá que yo te quiero! Pensaba que así atraería a más. Era toda una diversión. Correr tras ellos. Tomarlos en mis manos. Sentir el crac, crac, de su carapachito, semejante a una cucaracha, de faltarle sus brillantes ojos o de salirle alas.

Meterlos en mi recipiente prisionero -pequeña cárcel con espacio reducido-, con apenas aire para respirar y moverse entre sí, de ser exitosa la captura. Si porque al principio no le abría huecos en la tapa y se me morirían asfixiados, por falta de oxígeno, pues los aglutinaba hasta que me aburría de removerlos y de alumbrarme en la oscuridad intencionada.

Al final los liberaba. Los dejaba volar. Solo que sentía que la esencia de sus luces verdes, me pertenecían. Eran como una especie de fuente de poder, que me iluminaba en las noches. De todos los niños, él que más tuviera, era él más agraciado, al que los demás seguirían. Y yo me sentía poderosa.

Así persiguiendo cocuyos, pasé buenos ratos de mi infancia. Y me pregunto, qué dónde se habrán escondido. Los cocuyos han desaparecido. Me alarma que ya no aparezcan. ¿Se habrán extinguido? Sigo sin recordar la última luciérnaga –como también se nombra- que corrió la mala suerte de conocerme. De seguro, verían en mí la cara de un verdugo. Quizás se me escondan y no revolotean por el patio, porque ya saben mi origen de procedencia.

Sin embargo, hoy me pasó algo extraño. En la tarde llovió cantidad y al esconderse el sol, camino a mi casa, me encontré a un cocuyo. No se imaginan la alegría que me dio. Pero ya no sentí la necesidad de que fuera mío por unos instantes. Solo quería obsérvalo. Decirle cuánta dicha me daba y lo arrepentida que estaba de haberles robado momentáneamente la libertad a otros de su misma especie. Ya no quería cazarlos, ya no quería que su luz llenara el espacio de aquel pomo vacío, que ya no existe.

Y para mayor satisfacción, veo otro, como antaño, de un lado a otro, en el mismo sitio donde antes jugaba, corría y los perseguía noche tras noche, cada vez que aparecían. Creo que me he vuelto más sensible con los animales, o mejor, en este caso, con los insectos. ¿Será que estoy madurando?

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