Luz
Merino, una autoridad en el mundo del arte cubano, dialoga sobre su
paso por la Universidad de La Habana como alumna y profesora
En
su oficina del Museo Nacional de Bellas Artes me recibe con amabilidad.
“Tengo recuerdos gratos de mi vida como estudiante de la Universidad”,
dice con su excelente dicción Luz Merino Acosta (1943), Doctora en
Ciencias de Arte (1988) y Profesora Titular de la Universidad de La
Habana (1989).
Ella
obtuvo una beca postdoctoral en gráfica Art Decó en el Instituto de
Investigaciones de Historia del Arte, en Washington, y ha impartido
cursos y conferencias en universidades e instituciones culturales en
diversos países. Ha publicado varios libros, artículos y ensayos.
En
1967 se graduó de Licenciada en Historia del Arte en la Universidad de
La Habana, donde ejerce la docencia desde 1966. Ha dirigido el
Departamento de Arte de la Facultad de Artes y Letras de la propia
institución, y entre 1992 y 1993 se desempeñó como Vicedecana de
Investigación y Postgrado. Actualmente es la subdirectora técnica del
Museo Nacional de Bellas Artes. Ha recibido las distinciones Por la
Cultura Nacional y la Educación Cubana.
Las
sesiones previas a la entrevista, los primeros contactos, me pusieron
ante una mujer culta, que pese a atesorar un gran conocimiento sobre
nuestra cultura, nunca rechazó que una estudiante de primer año de
Periodismo la entrevistara. Al contrario, feliz, se asombró de que ella
fuera seleccionada entre los profesores para integrar este proyecto por
el 280 aniversario de la casa de altos estudios.
-¿Cómo transcurrió su infancia y adolescencia?
Una
niñez normal, bien, me criaron mi abuela y mi mamá. Estudié en un
colegio privado toda la primaria y también la secundaria, digamos, todo
el tiempo estuve en un Colegio bilingüe, y ahí transcurrió mi
adolescencia. Siempre he vivido en Centro Habana, en el Barrio Chino. Mi
familia pienso que era pequeño burguesa, visto desde la mirada actual,
no de muchos recursos, pero que sí querían que la niña estudiara en un
buen colegio.
-¿Cuándo se percata que estará
ligada para siempre al mundo del arte?
Me
vinculo a él mediante la Biblioteca Nacional José Martí, que fue mi
primer trabajo, había cursado Bibliotecología y me ubicaron en el
Departamento de Arte; descubrí un mundo totalmente oculto hasta
entonces, porque casi siempre esta esfera era de “fulanita, que pinta
bonito porque copia una realidad”. Cuando entré allí, con la profesora
María Elena Jouría, quien me ayudó a descubrir esta vocación, me di
cuenta de que el arte no era copiar la realidad como me habían enseñado.
También me ayudó mucho la Doctora María Teresa Freire. Para mi fue una
revelación extraordinaria.
-¿Sus padres no influyeron?
Mis padres influyeron en que me gustara el teatro, los conciertos, más que esta zona que está vinculada a la plástica.
-¿En su vida, qué lugar ocupa el arte?
Es
algo que forma parte de mi vida como profesión, cultura, como
necesidad, y traté en la medida de mis posibilidades de conducir también
a mis hijas, no para que lo incorporaran profesionalmente, sino para
que aprendieran que ahí existe disfrute, conocimiento, que se abren
mundos interesantes, significativos.
-¿Qué le aportó ser profesora de
la Universidad de La Habana?
La
Universidad es mi vida. Yo empecé a trabajar en ella cuando todavía no
había terminado la carrera, fue en el último año, en el momento del
éxodo de profesores, y los que estábamos en el último año empezamos a
dar clases. Siempre me he hecho esa pregunta, de si en otras
circunstancias hubiera sido profesora universitaria.
Llego,
por una coyuntura real, por un éxodo profesoral que hace que se asuman
tareas para las cuales, visto en perspectiva, me pregunto si estábamos
realmente preparados. Creo que la actitud fue buena, tuvimos que
estudiar mucho, estábamos conscientes de que hacíamos algo que nos
superaba, que el techo estaba por arriba del que teníamos en realidad,
porque en ese caso fui una más del conjunto que le tocó participar de
aquella respuesta que se dio.
Un
día le dije a una compañera que habíamos pasado más tiempo juntas en el
trabajo que con la familia. Ahora me doy cuenta de eso, pero cuando
empecé a impartir clases los alumnos eran de mi misma edad o eran hasta
mayores, porque daba clases en el curso para trabajadores. Entonces, es
una experiencia particular, hoy sólo está el curso diurno, en aquel
tiempo los nocturnos ocupaban un espacio importante.
Estudiar,
aprender para quedar lo mejor posible, para no hacer el ridículo, todo
eso nos fue creando como un fogueo en cuanto a la preparación de clases,
queríamos llevar nuestro esfuerzo a una carrera o una asignatura como
Historia del Arte.
La
Universidad nos ayudó a formarnos y a la vez nosotros influimos en los
planes de estudio, fue un proceso mutuo de retroalimentación. Después,
esa realidad fue cambiando y los alumnos son mucho más jóvenes. Recuerdo
que una persona sentada en el aula comentó “¿y la muchachita esa quién
es?”, y yo, muy seria, como pude, le contesté: La profesora.
-¿Si volviera a empezar escogería ser educadora?
Sí,
me gusta mucho dar clases. No sé en otros niveles, cada uno tiene sus
peculiaridades. Mi experiencia es universitaria, pero me gusta mucho dar
clases, ese intercambio, esos ojos que miran unas veces con
interrogantes, otras diciendo yo sé lo que tú estás diciendo, ese mano a
mano que se da entre el profesor y los alumnos y el hecho mismo de cómo
una puede mantenerse con determinada dinámica de actualidad cuando
ofrece clases a los jóvenes. Porque hay un momento en que tus propios
hijos te dinamizan, pero esos no son tus hijos y de alguna manera, al
ser tus alumnos e interactuar con ellos, te mantienes o retroalimentas
con ellos.
-¿Usted se adapta a las maneras
de proyectarse del estudiantado?
No es mi generación, pero está conviviendo conmigo y eso es muy importante.
-¿Cómo es en el aula: una
profesora de alto rango?
No
creo que sea una profesora de alto rango, soy una profesora que llevo
mucho tiempo dando clases, y si a estas alturas no me sé las cosas,
habría que matarme. El problema está en buscar nuevos enfoques, de
ponerse al día con el pensamiento que se está moviendo en la medida de
las posibilidades, de entender por qué piensan de esa manera, en qué
piensan, las preguntas que hacen no tomarlas como cuestiones negativas o
cuestionadoras, porque es también un horizonte de expectativas con
determinadas características y este es su momento, cada uno es portador
de sus preguntas y de sus valores.
-¿Le gusta que el alumno intercambie criterios?
Sí.
A veces les digo, eso es lo que yo creo, no sé qué ustedes piensan del
asunto. En ocasiones en el aula uno plantea cuestiones de la ciencia,
que ya no son problemas docentes, a veces enfrentas problemas que no
tienen una respuesta en los libros y que por lo tanto una ofrece un
punto de vista y los alumnos pueden tener otro.
-Se graduó en la antigua Facultad de
Letras. ¿Qué significó quedarse en
esa Facultad como profesora?
En
aquella época no se hablaba de adiestrado, sino de instructor no
graduado, y yo había comenzado a dar clases antes de graduarme. Cuando
matriculé Historia del Arte se acababa de crear como carrera, no los
estudios sobre arte, eso es otra cosa. La carrera de Historia del Arte
se conforma al calor de la reforma universitaria posterior al año 59. No
estaba socializada como Derecho, Medicina, Arquitectura, que todos
sabían de qué trataba el asunto.
Es
un saber que tuvo que irse abriendo paso dentro del propio tejido
social, dentro de los propios saberes académicos. En los años 80 llegó a
ser la reina, todo el mundo quería estudiar Historia del Arte, porque
era lo que canalizaba las inquietudes del ICRT, de los actores, porque
no existían los dispositivos que después se crearon en el Instituto
Superior de Arte.
Esa
carrera trató de dar respuestas a una serie de interrogantes, daba un
basamento cultural en una dirección visual. Fue su gran mérito: el de la
carrera, el de los profesores que la integraban, el de los que hicimos
los planes de estudio, porque estábamos concientes de eso.
-¿Cómo calificaría a un estudiante
graduado de Historia del Arte en
América Latina con uno de Europa?
Eso
depende de los planes de estudio y también que esta es una carrera de
la década del 60, no toda América Latina tiene Historia del Arte en sus
estudios superiores.
Mis
exalumnos me cuentan que cuando van a estudiar maestrías fuera de Cuba,
se sienten bien preparados. A veces me dicen: “Profesora, quedé como el
primer expediente de mi grupo”. Me hablan de que las materias que les
impartían, yo se las había dado en el pregrado, o sea, eso depende, pero
en general como tendencia, como resultante final, creo que salen bien
preparados.
-¿Qué significa para usted la
Biblioteca Nacional José Martí?
Aprendí
mucho en la Biblioteca Nacional porque trabajaba en su Departamento de
Arte. Conozco bien el fondo bibliográfico, sobre todo de arte. Yo
tendría 16 ó 17 años de edad. Todo nutre. En los años 60 la Biblioteca
era como una casa de cultura. Cuando llegué a la carrera tenía algo
adelantado en relación con mis compañeros y era el tiempo que llevaba en
ella. Fue para mí una escuela que siempre agradezco.
-¿Qué siente la profesora tras décadas formando generaciones de profesionales?
Que
he envejecido tratando de ser digna. Si algo le he dejado a cada uno de
los estudiantes, eso es lo más importante: haber logrado una
comunicación, darles no solo conocimiento, sino una terminada
sensibilidad por la cultura, ética frente al saber y la investigación.
-¿Cuál asignatura prefiere impartir?
Arte
Cubano, sobre todo el período de la República, que es el que más he
trabajado. Pero la Metodología de la Investigación me ha ayudado mucho a
tratar de expandir los conceptos, incorporar las teorías, es decir,
articular esos conocimientos, incluso orientar la crítica de arte.
Recuerdo
que al empezar me dije: la crítica de la crítica hay que tratar de
estudiarla, unos la escriben, pero a mi más que escribir me interesa
como pensamiento en un momento dado, porque la crítica analiza qué
pensaba la gente en ese tiempo determinado, cuál eran sus comentarios
sobre algo, cuáles eran las ideas que se estaban moviendo y es un
indicador importante, cómo se ha ido conformando la crítica entre
nosotros, cuáles han sido las voces.
El
arte cubano me lleva a esto, a la crítica. Yo hago la crítica de la
crítica, sobre qué y por qué se ha dicho. En lo particular, me parece
que debe haber distintos niveles de crítica, porque una cosa es la
dirigida a los especialistas, a los que se les puede hablar en
determinada nomenclatura, y la destinada al público. Tiene que haber una
para el gran público, un espacio para que esa gran crítica dialogue.
Esto es una tradición, mejor o peor, de la prensa cubana.
Esta
entrevista forma parte del libro en preparación Nosotros, los del 280,
escrito como examen final del género cuando era alumna de primer año de Periodismo de la
Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, a propósito del
aniversario de la casa de altos estudios cubana.
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