Mi prima Lais tiene ocho meses de embarazo. Tiene 20 años y
unos deseos inmensos de ser madre. Tiene la placenta madura con grado cuatro, desde las 33 semanas; tiene
principios de leucoma. Además le ha subido la presión hasta 140 con 90, cuando
ella siempre ha sido hipotensa con una presión de 90 con 60 normalmente.
Por eso los cuidados han sido extremos y el reposo casi
absoluto en las últimas semanas de gestación. Pero el día que se le disparó
tanto la presión, inmediatamente los médicos la mandaron a ingresar en
Maternidad para mantenerla en observación.
A ella la ubicaron en la Sala A, cama 20, un miércoles –el
día más atravesado de la semana-. Mi tía se pasaba todo el día con ella y por
las noches siempre algún familiar se quedaba para acompañarla.
En la sala había cuatro camas, con cuatro embarazadas por
primera vez y las cuatro darían a luz una niña. Yo, aún no tengo hijos, y le
tengo terror a los hospitales. De pensar en ellos me entran escalofríos en
todo el cuerpo. Imagínense que yo no
puedo ni ver como preparan una jeringuilla. Creo que ni en mi otra vida, si existiera, podría
ser médico o trabajar en un hospital.
Sin embargo, sabía que me tocaría quedarme un día con mi
prima. Ya se habían rotado varias personas y estaba llegando mi turno. El
domingo fue cuando me presenté, llena de miedo. Con mil musarañas en la cabeza
pensando que me iba a hacer si a mi
prima le daba por parir.
Cuando llegué me encontré una sala muy acogedora por las
personas que allí estaban. Casi pegada a la entrada del salón de parto, de
donde salían en sillones de ruedas con sus niños en los brazos, las recién mamás.
En ese momento salía una con una bebita de abundante pelo negro, que a pesar de
la palidez del rostro, sonreía de felicidad.
Para mi sorpresa mi prima que es primeriza, les explicaba a
las otras que también lo eran sus dudas.
Y yo como no soy muy ducha en el tema de embarazos y partos todavía y
sus dudas eran mis dudas, escuchaba con atención. Fue una experiencia
reveladora que despertó mi instinto maternal. Allí todas eran menores que yo,
tres de 20 años y una de 18, aunque muy seguras y cómo aprendí de ellas, me
dieron “clases magistrales”.
Sus mamás eran muy conversadoras y compartidoras, me
brindaron galletas, refresco y pan. Ellas
compartían sus experiencias. Así entre risas, cuentos y chismes de mujeres se
me fueron pasando las horas. Hasta que llegó una enfermera a realizarle un
monitoraje a la más pequeña de todas, y luego les tomó la presión a todas. A mi
prima le dio 100 con 70, ya la tenía baja y esperaba que al otro día le dieran
el alta.
Esa noche pasé un susto porque mi prima en un momento le
faltaba el aire, y me dijo que sentía como un hilito que le halaba y en un
momento le dieron unos dolores que pensé que había llegado la hora de conocer a
Ana Virginia como se llamará mi otra primita.
Otra vez ella fue quien me calmó y me dijo que esas cosas le pasaban, y
las demás me lo confirmaron.
Pasé la noche durmiendo en una silla, un poco incomoda como
todas las sillas. A mi eso no me asustaba, cuando me entra sueño donde quiera
duermo. Antes en mis viajes a la universidad de La Habana hasta en los camiones
hacia el recorrido durmiendo y dando cabezazos. Le dije a mi prima que me
llamará si sentía alguna contracción o dolor, pero durmió tranquila y
sosegadamente.
El de pie fue a las seis, ya mi prima estaba despierta y yo
seguí durmiendo hasta las siete de la mañana cuando llegaron las empleadas
repartiendo el desayuno, al rato estaban las enfermeras con su botiquín para hacerles
análisis de sangre, ahí si tuve que virar la cara y no ver como le sacaban
sangre a mi prima.
Luego me vestí y me fui, pues los médicos estaban al llegar
para comenzar a realizar el chequeo y el diagnóstico. Esta fue mi primera noche
en Maternidad. Una experiencia inolvidable que me dio lecciones para la vida y
me demostró a una prima diferente y madura. La próxima vez iré resueltamente
porque aunque no me crean en el fondo me gustó pasar esa noche en el hospital.
Fue una nueva experiencia que me hizo recapacitar sobre la maternidad y los
trabajos que tenemos que pasar las mujeres en la vida.Por suerte a mi prima le dieron el alta ese mismo día, ahora sigue en su casa esperando dar a luz. Ya la presión se le restableció, pero los cuidados y el reposo se mantienen. Solo queda esperar a Ana Virginia.
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