Descifrando enTuertos

“Si cito el nombre de un poeta como José Asunción Silva, o el de un escritor como José Eustasio Rivera, sin duda estoy hablando de figuras que trascendieron el marco colombiano y que llegaron a todos ustedes; pero si en cambio, habló de Luis Carlos López, es muy probable que para muchos de ustedes resulte un nombre enteramente desconocido”, expresó  Ángel Ramas.
Pero, ¿quién fue realmente Luis Carlos López?:
”Bisojo, medio cínico, de cáusticas sonrisas de Voltaire”, así se describía a sí mismo el poeta de las –botas- o de -los zapatos viejos-, según lo conocían los cartageneros por los últimos versos de su poema  A mi ciudad nativa:

(Mas hoy, plena de rancio desaliño,
bien puedes inspirar ese cariño
que uno le tiene a los zapatos viejos).

Estos versos fueron motivo de la creación de  un monumento en su memoria con la imagen de unos zapatos viejos.  A quien así recuerdan, tenía un nombre tan largo como el de Simón Bolívar, al nacer lo bautizaron con el nombre de Luis Carlos Bernabé del Monte Carmelo López Escauriaza, y lo apodaron como el Tuerto, y García Prada explicó el por qué de ese sobrenombre: "Sus ojos son claros, penetrantes, vivarachos, y para colmo de desdichas, tiene torcido el derecho, y derecho el izquierdo, que es el bueno. Por eso lo llaman el Tuerto, aunque se sabe a ciencia cierta que con el ojo "tuerto" mira mejor que con el bueno".
López fue considerado, según Ángel Ramas en un ensayo sobre Gabriel García Márquez, como el poeta más importante en el siglo XX colombiano posterior al modernismo, y el propio Ramas se atrevió a decir que buena parte de la crítica más seria compartía su opinión.
Este poeta manejó en su obra el uso del humor, el sarcasmo, la irreverencia en una prosa coloquial, popular y con cierta familiaridad que se alejaba de todo el verbalismo que infestaba la poesía colombiana de la época. López empleaba un lenguaje menos culto y complejo, cercano a la sinceridad  y de menor elaboración estilística, respecto a los modernistas.
Este escritor formó parte del movimiento postmodernista, y más precisamente de la corriente antimodernista de una generación de poetas latinoamericanos que toparon con una estética ya agotada, como la asumieron Herrera y Reissing, Lugones, en su Lunario sentimental y el propio Rubén Darío, con su Canto a la Argentina, legó una disciplina indispensable para el desarrollo de la sensibilidad americana”, afirmó el investigador Guillermo Alberto Arévalo, en el prólogo de la Selección  poética de Luis Carlos López.
Aunque su verso representa la antítesis de la poesía modernista decorativa que aparece en Prosas profanas, de Rubén Darío, y Ritos, del poeta colombiano Guillermo Valencia, su verso se produce mediante una inversión de los cánones que formuló el modernismo. Federico de Onís acierta, en su Antología de la poesía española e hispanoamericana, al describir la poesía posmodernista de López como "el modernismo visto al revés, (…) que se burla de sí mismo, que se perfecciona al deshacerse en ironía". Por ejemplo, si cotejamos la estrofa inicial de Los camellos de Valencia con Emoción vesperal de López, saltan a la vista el contraste y la negación, en éste último, de la retórica modernista.

LOS CAMELLOS 10
"Lo triste es así"
PETER ALTENBERG
Dos lánguidos camellos, de elásticas cervices, /
de verdes ojos claros y piel sedosa y rubia, /
los cuellos recogidos, hinchadas las narices, /
a grandes pasos miden un arenal de Nubia.
EMOCIÓN VESPERAL 11

"Lo triste es así"
PETER ALTENHERG
Perfume delicado
de flor
y de retoño.  Olor de prado
sentimental, un exquisito
olor...
Pero bajo la ampolla
del mismo sol,
también hiede a fritanga
de cebolla y col.

López comienza su poema con el mismo epígrafe que puso Valencia al suyo. Valencia emplea alejandrinos perfectos de medido ritmo musical que contienen un lenguaje poético cargado de adjetivos de gran plasticidad que captan el paso de los camellos por un exótico desierto. En cambio, López poda el verso de sus adornos, y presenta una descripción concisa de versos entrecortados con métrica irregular. El poeta cartagenero ofrece un cuadro sencillo de la realidad circundante descrita en un lenguaje cotidiano. En la visión poética de López no puede haber belleza pura.
Por eso, la primera estrofa de Emoción vesperal, en que se menciona la fragancia presente en la hermosura de la naturaleza, se contrapone a la segunda estrofa, donde hiede el mal olor producido por la carne asada y las legumbres que se encuentran en estado de descomposición. No se puede escapar de la realidad concreta de la naturaleza en que lo hermoso roza diariamente con elementos chocantes. 

López: espejo de la realidad
López coincidió en su tiempo con hechos que convulsionaron  a la historia universal. Fue testigo de todo un período contradictorio mundialmente, que estuvo plagado por grandes acontecimientos históricos como: la guerra de Independencia de Cuba, en 1898; de la Revolución Mexicana; de la Primera Guerra mundial; de la Gran Revolución Socialista de Octubre y específicamente en Colombia presenció la Guerra de los Mil Díaz; la de la Regeneración y otros sucesos de relevancia social, económica y política.
El ante el mundo convulso en que le tocó vivir y junto a un grupo de poetas de su generación e integrantes todos de un movimiento de transición entre el modernismo y las vanguardias, comenzó a escribir desde una perspectiva provinciana, con un tono más humilde, modesto, que se enfoca en lo local, en interpretaciones de lo americano y en una búsqueda de la intimidad. Y precisamente esta búsqueda de lo autóctono y lo personal es lo que proporciona que se reduzca la mirada de la provincia al barrio, del barrio al hogar, de manera que se cree una idea de ser universal desde lo local.
El escritor colombiano incluyó en sus poemas el canto a la mujer de la provincia, en su condición de madre, de ama de casa, de solterona, y el siguiente poema lo refleja ampliamente:

MUCHACHAS SOLTERONAS
Muchachas solteronas de provincia,
que los años hilvanan
leyendo folletines
y atisbando en balcones y ventanas…
Muchachas de provincia,
las de aguja y dedal, que no hacen nada,
sino tomar de noche
café con leche y dulce de papaya…
Muchachas de provincia,
que salen –si es que salen de la casa—
muy temprano a la iglesia,
con un andar doméstico de gansas.
Muchachas de provincia,
papandujas, etcétera, que cantan
melancólicamente
de sol a sol: – “Susana ven”… “Susana”…
¡Pobres muchachas, pobres
muchachas tan inútiles y castas,
que hacen decir al Diablo,
con los brazos en cruz: –¡Pobres muchachas!...

Los poetas postmodernistas rechazaron el decadentismo en que cayó el modernismo del arte por el arte, de lo superficial  y ornamental en todo lo que no fuera americano. Ellos buscaban reflejar en su obra la realidad de sus países latinoamericanos de forma crítica. En México se encontraban José Juan Tablada Y Ramón López Velarde; en Argentina Baldomero Fernández Moreno, Macedonio Fernández y Oliverio Girondo; en Cuba José Zacarías Tallet y Enrique Martínez; En Perú José María Eguren y por supuesto en Colombia el Tuerto López.
La reacción ante el modernismo y que propició su ocaso, se vislumbró desde 1911 con el poema Tuércele el cuello al cisne, de Enrique González Martínez, aunque el propio López llego a decir que él le retorcido el pescuezo al pollo.
“Muchos de los rasgos de esos contemporáneos pueden perfectamente ser compartidos por López: la ironía, el humor, la fascinación frente al lenguaje y a la vez su crítica, de Macedonio Fernández; el tono menor, la brevedad de cada texto, el laconismo y la melodía secreta de Eguren; y con López Velarde, a pesar de la diferencia de intenciones, la ironía como crítica de la historia y los dogmas, y el hecho de ser ambos poetas marginales, de provincia si bien no provincianos”, sentenció Guillermo Alberto Arévalo.

Memorias de un “zapato viejo”
El Tuerto se río y se burló cuanto pudo de todo cuanto le rodeaba, hasta llegar a la exageración -un cochero se equipara a un elefante, la musa llega a tener "mirada de buey"-, también su propia figura de poeta es ironizada debido a su cobardía ante los timoratos prejuicios rurales, ante su fingida "seriedad episcopal" ("Barrio abajo"). Y más tarde, en 1940, cuando lo coronan como poeta, por "el infeliz pecado/de hilvanar unos versos", su rechazo "a remontarme al cielo/tan desacreditado del Parnaso..." se basa, ante todo, en su calidad de buen burgués.
En realidad fue un profeta de una ciudad que no cambia. Tal y como expresara Mario Benedetti sobre los poetas que como López dejaron una huella imborrable en las páginas que llenan el grueso libro de la literatura latinoamericana  contemporánea. “Son una suerte de profetas (…) que en el fondo extraen su increíble energía de un impulso moral”.
López gozó de un buen humor y sentimentalismo. Disfrutó con sus travesuras, adoptó "posturas difíciles", y también estuvo, irremediablemente, condenado a compartir ese clima en ocasiones letárgico, de vulgo "municipal y espeso"; en otras placentero, pícaro y distendido, de rumor de parroquia, de tertulia con un vaso de anís de coco (su bebida predilecta), junto con el infaltable cigarro.
Sin embargo su humor tuvo matices diferentes. El poeta Nacional de Cuba, Nicolás Guillén, quien fue su admirador expresó: …no sé cómo le tienen (…) por poeta -humorístico- sin más ni más. (…)La musa de López no ríe, sino que llora. Donde muchas veces creemos escuchar una carcajada, hay un lamento, casi un aullido. (…)Sus versos son los de un gran poeta amargo, profundo, en quien -como en Heine- el sarcasmo es arma ofensiva de superior eficacia y más aún el sarcasmo lírico (…).
El Tuerto López, conciente de su las contradicciones de la época en que le tocó vivir,  se burló de sí mismo en numerosos poemas como el que comienza:

Subí por la escalera del ideal,
Buscando una ilusión.
Pero me fue de una manera mal,
Porque me di un resbalón.

En el poema titulado "Mi burgo" trazó, de modo certero, esa relación amor-odio característica de todo poeta ante su ciudad. En su caso las murallas eran reales y no lo sacaron fuera del mundo. Lo obligaron, por el contrario, a sumergirse más en él.

(Los mismos rudimentos de hace tres siglos... Nada
de una protesta. Todo completamente igual:
callejas, caserones de ventruda fachada
y un sopor, un eterno sopor dominical.
Población anodina, roñosa, intoxicada
de incuria -aquella incuria del tiempo colonial-
con su falsa nobleza de acéfalos, minada
por el fraile y la hueca política venal.
Pobre tierra, caduca tierra que tanto quiero,
que hoy rumia mansamente su estolidez, veneno
de las intransigencias del medio parroquial,
que aún vive -si es acaso vivir en la atonía
de lo incurable-, bajo la risueña ironía
de un cielo azul, de un cielo siempre primaveral...)

El texto es duro y sin excusas. Allí se hallan concentrados los elementos de su cosmovisión: el pasado colonial, la pérdida de vitalidad, las pretensiones de nobleza, los efectos conjugados y nocivos de politiquería y falsa religiosidad, la intolerancia, una existencia clausurada y, al final, como exudatorio y catarsis, "la risueña ironía" de un cielo siempre azul, que vuelve irrelevantes los anteriores dramas y que puede concluir tanto en la risa como en el cinismo. Es la pregunta escéptica acerca de qué uso dar a un fusil, como lo estudió Nicolás del Castillo, en un útil trabajo sobre la poesía de Luis Carlos López.
“Campea, a pesar del aparente tono de rebajamiento y de burla, un afecto sincero por el terruño natal, una sentida nostalgia por los tiempos idos y por el heroísmo pasado y un hondo amor que se demuestra plenamente en ese nocturno recorrer de las oscuras y solitarias callejas de la vieja Cartagena.”
Añadiendo respecto al propio poeta: Sin ser un poeta alegre, López hace de su cinismo cordial el mejor antídoto contra su innato pero inofensivo pesimismo. Y lo que muchos románticos solucionan con una bala de revólver, López lo resuelve con una sonrisa burlona | 1 .
La prosa de la vida vigorizó su poesía con su referencia cotidiana, con su apelación a personajes únicos -un agiotista, un campanero, un borracho- con nombre propio, con la inclusión de animales y frutos inconfundibles: iguana y cangrejo, alcatraz y jicotea, icaco y guama. En otras ocasiones, sus renglones se tornan débiles e imprecisos, en la ataraxia de una "cerebral masturbación":

IN PACE
“Life is a jest”
John Say
Cruza el arroyo el solitario entierro
de un pobre. Es natural
que le acompañe un perro
bajo la indiferencia vesperal.
¿De qué murió? Sería
De bulimia, es decir,
De no haber visto la panadería
Con ojos de fakir.
Y ahora va, como inútil adjetivo,
Despanzurrado dentro de un cajón
De tablas de barril – He aquí un motivo
Para una cerebral masturbación

Son los devaneos de quien bosteza, en verso. O de quien formula gracejos, no demasiado memorables.
Pero en realidad algunos de sus mejores momentos se logran en la aparente aceptación de una tradición inamovible. "No hay fuerza contra la tradición": al aceptarla, la cuestiona. Al sugerir que es imposible superarla, va más allá de ella "Canción burguesa":

sin asomo de pena, sin torpes rebeldías,
fingiendo la indulgente pasividad del buey.

El saberse vencido de antemano en esas mezquinas luchas cotidianas y el reírse de ello a través de la evasión o la burla, dota a su poesía del compartido interés por una batalla de la cual nadie se halla exento. La rebeldía bohemia. La claudicación burguesa.
Villorios y poblachones, cerca del mar. "Holgazanería parroquial": no se pueden elegir escenarios menos nobles, ni una historia tan descalabrada. Al pensar en su Cartagena, todo ímpetu heroico resulta cosa del pasado y los colores buscan, con pertinacia, resultar incómodos y disonantes ("Cromito"):

La testa del cerro. Rugosa y rapada,
brilla con los tintes de la mermelada,
y detrás de un techo de color de ají
se asoma el cigarro de una chimenea,
que en la paz del croquis, lentamente humea,
taladrando el cielo como un berbiquí.

El título, en diminutivo, lo dice todo. Las suntuosas músicas del modernismo hallan en estos escorzos una refutación radical. Al reducirse, reniegan de sus anteriores júbilos, a veces tan altisonantes, y de su musicalidad a toda costa, para brindarnos este grabado expresionista, contenido y a punto de estallar. Por un lado lo acecha el mal gusto. Por el otro, la poesía social con ímpetus redentores.
López no se halla exento de las dos tentaciones pero termina, en definitiva, por ironizar sobre su instrumento y sobre sus objetivos, desacralizando el lenguaje pretendidamente poético y colombianizándolo en sus giros, como señaló James J. Alstrum. Y como lo aclaró el propio López, en una entrevista concedida en 1950 al periodista José Morillo: "Nunca presumí de innovar en poesía, de ser un 'poeta nuevo' en mi época. Apenas me he considerado un autor con un modo de sentir distinto, producto de un temperamento propio".
Él maneja, en definitiva, palabras y no balas. Y lo que puede sonar chabacano, distorsionado, y en ocasiones grotesco, termina por actuar como revulsivo apenas, dentro de la secular historia de ímpetu y caída, de subversión cuestionadora y orden recompuesto.
 La obra de López no altera la forma del poema. Inserta apenas elementos antes no usados que, dentro del ámbito por entonces tan convencional de la poesía colombiana, producen una gran sacudida. El estremecimiento nuevo. Un poema como "Medio ambiente" es paradigmático en tal sentido. Los nombres propios, dicientes en su universalidad -un don Sabas, un don Lucas-, los objetos precisos como la máquina de coser Singer, el recuerdo de la juventud ida, concluyen, tajantes, en los seis últimos versos, en los que una cotidianeidad vulgar anula cualquier intento de vida propia y creativa ("Medio ambiente"):

Quimeras moceriles -mitad sueño y locura-,
quimeras y quimeras de anhelos infinitos,
y que hoy -como las piedras tiradas en el mar-
se han ido a pique oyendo las pláticas del cura,
junto con la consorte, la suegra y los niñitos...
¡Qué diablo!... Si estas cosas dan ganas de llorar.

Nada más refrescante que los poemas de Luis Carlos López, vistos en la perspectiva de la tradición colombiana que lo circunda. Al lado del aticismo que preconizaba Cornelio Hispano, o teniendo como parangón los convencionalismos piadosos de Diego Uribe, López tiene el mérito de lo singular, como en "De perfil":
Cutis garrapiñado,
nariz curva de anzuelo,
y del gorro, que porta a medio lado,
surge la hirsuta rebelión del pelo.
La brusca pincelada
de la ceja, enfocando la azogada
mirada socarrona, una mirada
de bebedor de whiskey.
Es una coma
y un signo musical, bajo un violento
golpe de luz, la oreja.
Y la cachimba vieja,
la panza gris de la cachimba asoma
por un bigote ahumado y soñoliento.

Dibujo exacto de un viejo lobo de mar, sostenido apenas en la concisión de unos pocos trazos definitorios. Sólo que su repertorio no es mayor que el mundo de Sancho Panza, tal como lo describe el poema de Guillermo Valencia, tan admirado por López: "Por él supe los chismes de la parroquia artera,/los líos del barbero, del cura y la sobrina,/la fofa brillantez de la clase altanera,/y la malignidad de la chusma ladina".
Era, además, en sus primeros poemas, fervoroso españolizante: allí asoman alquerías y pesetas, duros y molinos, mesones, cortijos, chopos, mozas, pollinos y botas de vino. Incluso un paisaje de Sorolla. Pero luego este vocabulario se americaniza, en sabor y compenetración, aunque muchos de sus chistes gruesos y sus exageraciones poco fundamentadas no pueden atribuirse, tan sólo, a una españolería de segunda mano. Pertenecen más bien a las limitaciones de un adolescente que prefiere el choque al entendimiento. López mantuvo, durante buena parte de su vida, el enfoque de un humorista de provincia, aun cuando varios de sus textos superen tales restricciones.
 De "Visión inesperada", donde en forma tan tosca compara un faro a "un erecto pene fenomenal", a poemas que pudiéramos llamar clásicos dentro de su producción, como "Muchachas solteronas", "En tono menor" o "Sepelio", con su humanidad entrañable y no por ello menos cuestionada por el humor, la distancia es abismal. Pero los poetas son recordados por sus buenos poemas y no por sus caídas en la banalidad.
Pero la desigualdad no es demasiado perceptible en la obra de López. Mantiene una calidad constante, quizá debido a lo restrictivo de su temática y la estrechez de su horizonte. "Vivir en la provinciana niñez": así lo hace, con entereza. El liberal, radical y masón, lector de Vargas Vila y de Voltaire, termina por estar férreamente unido al entorno que repudió, compenetrado hasta el tuétano con sus virtudes y sus males, no en su pulcra y discreta vida personal, sin mayores altibajos, sino en los elementos que su poesía encarnaba, dentro de una constante tensión antinómica, nunca resulta del todo.
De ahí las tres grandes afluencias temáticas de que habla Ramón de Zubiría -el realismo, la sátira social, lo gnómico-, y de ahí también la perspectiva que este mismo crítico esboza, refiriéndose al afincamiento de López en su veracidad histórica indisociable del proceso que vivió su ciudad natal:
La erosión de aquella altiva grandeza, por la irrupción del más burdo materialismo, la pequeña insolentada, el fariseísmo y la más rampante grosería, con un correlativo desquiciamiento de valores y la aparición de toda la gama del arribismo.
Como todo nostálgico, también era un conservador: mantenía viva, en la memoria de los versos, lo que había dejado de ser: "Fuiste heroica en los años coloniales [ Mas hoy, plena de rancio desaliño/bien puedes inspirar ese cariño/que uno le tiene a sus zapatos viejos...". Se opuso a ello con la firmeza del crítico que señala abusos y desigualdades, frío como un erudito, porque jamás termina por cortar amarras, ni romper del todo.
Por ello sus viajes, trátese de Munich o Baltimore, donde fue cónsul de Colombia, apenas sí se reflejan en sus versos más que como una acentuación de sus lazos con "la nueva Arcadia del Caribe", como llama a su solar nativo. Refrenda así su dependencia emotiva y recalca, ante las nuevas exigencias, las mismas e incurables limitaciones, como en el caso de su poema "Nueva York": "No sabiendo nosotros, biznietos del atraso/ni jugar ese juego científico del golf". Lo que hubiera sido, para cualquier futurista, el incentivo máximo, se convirtió para Luis Carlos López en la urgente necesidad de tornar a "la tierra tranquila del banano", a "la oscura grieta/sabrosa de mi pueblo". Su corazón y su mirada habían que dado atrapados para siempre por Cartagena y los pequeños pueblos vecinos, a la orilla del mar Caribe, donde alegres muchachas pregonan "camarones frescos" con su batea.
Su rechazo al progreso, el sarcasmo explícito en "Versos futuristas" o en "Película", ponen en duda las virtudes del movimiento o el simbolismo de los sueños, tan trajinados en aquellos años veinte por futuristas y surrealistas. Él prefería seguir anclado en su parroquia, haciendo bromas en los juegos florales o redactando epístolas "entreabiertas" a sus colegas y amigos de la prensa de la capital. Allí hará el elogio del mondongo y concluirá: "Que así somos, sublime Don Quijote,/y así seremos: tipos de comedia,/con birrete, sotana, chafarote,/mandil y mostrador".
De la tienda de ultramarinos al periodismo, de la tertulia a la política: así transcurrieron también sus días, "la sonrisa en los labios/y la pistola Colt en el bolsillo", como le escribe a su amigo Jorge Mateus, pero esto último no era más que una baladronada. Nadie más pacífico, incluso en sus propios versos, que el Tuerto López. Por ello en el poema "Al padre Donoso" o en la respuesta a Evaristo Carrillo, desde Berlín, en 1928, Luis Carlos López, desde el exterior, sigue manteniendo su actitud inmodificable: la de un humorista que añora los motivos de su risa. La del cronista de la ciudad, que a través de viñetas dedicadas a sus calles y a sus personajes más llamativos, nutre el dilema entre lo que fuera una grandeza épica y un deterioro actual ("Naturaleza irónica..."):

¿Qué contradicción dinámica
desorganiza a un plácido terruño
de sacapotras y de tinterillos?
-Nada: elecciones para concejales.

El título, con sus puntos suspensivos, lo dice todo: mirar y dejar pasar. Ser feroz en la denuncia, pero resignarse sabiendo que nada se podrá cambiar. Sólo que al decirlas, ya ha modifica do las cosas.
Los antiguos palacios se vienen abajo y necesitan ser restaurados, pero él, por falta de dinero, no podrá adquirirlos, él, "biznieto aburrido y sin dos cuartos". Continúa así la dicotomía entre encanto secular y la modernización inexorable. Realismo y añoranza: sombra y luz de un mestizaje.
Si nos hemos referido al contrapunto bohemia-burguesía, dentro de "el fastidio/del ambiente letal", como característico de la poesía de López, con sus "neurasténicos bardos melenudos" que terminan por abandonar su arte a cambio de un plato de carne y arroz, ese descenso del estereotipo romántico ya adocenado al más crudo realismo se hace a partir del recuerdo crítico de su pasado colonial. De su española raza, dado que el Tuerto López provenía directamente de inmigrantes españoles, como eran sus abuelos maternos y paternos. Su poema al respecto, apenas una enumeración, es una forma de dilucidar sus raíces, y de ver cómo la relación de España con sus provincias, que él llama "de trabuco y pastoral", se diversifica y se hace mucho más compleja ("Mi española raza"):

Del seminario,
mientras las campanas
citan para el rosario,
van saliendo sotanas y sotanas...
Después, tras la eminente
nulidad de un político, en la acera
de enfrente
luce su desparpajo una ramera.
Y delante de mí, cabe un mendigo
de hosco sombrero
y de peludo ombligo,
pasan dos militares y un torero.

Aguafuerte goyesco del poeta de una ciudad ya legendaria que en el hoy de López había quedado reducida, en sus versos, a un pequeño ámbito donde se vive "siempre a plomada". Aburrimiento y rutina, para emplear sus propias palabras, donde apenas si ladrones y demagogos alteran su perpetuo sopor dominical. Sus retratos de amigos y contertulios, en las reuniones de "El Bodegón", transcriben perfiles escuetos y complicaciones simples. Jóvenes que se casan y cuyas mujeres los dominan, condiscípulos que se han hecho ricos, conocidos que pasan del lirismo a la política. Sin embargo, como lo anotó con sagacidad Baldomero Sanín Cano:
Esta cosa insípida, gris, blanda y desarticulada que es la vida política de Colombia en los últimos treinta años, está admirablemente vertida por la poesía insuperable, por el humor penetrante y sano de Luis Carlos López.
Fue, no hay duda, un poeta que secó los excesos retóricos del modernismo y puso un dique al caudal lacrimógeno del romanticismo, aún activo entonces. Por ello sus vuelos evasivos, dentro de ese "pueblo intonso, pueblo asnal", no van más allá de un cambio de postura en la poltrona o de alguna chuscada erótica. La verdadera evasión era escribir "librejos", como los llamaba, donde un lector "hueco y panzudo" encuentra expresados, con certeza inmodificable, el aburrimiento sin límites y la rutina cotidiana, tan simple como la vaselina. Este era el tipo de comparaciones que usaba López. Comparaciones que disminuyen y re bajan. De ahí que Héctor Rojas Herazo no lo considere poeta logrado, debido a su "monocordia psicológica" y a sus aires de censor. Germán Espinosa, por el contrario, dice:
Ello no quiere decir que eludiera los contextos puramente líricos, en él frecuentes. Ocurre tan sólo que prefería oponerles un contra. punto prosaico, logrando así una especie de desacorde armónico que, milagrosamente, en virtud acaso de un don muy personal, enriquecía su poesía
 
El arte de escribir
Como dijera Espinosa, “El Tuerto hace brotar poesía de donde menos se espera,  hasta de la -porquería de un pero en un pretil-.”
El prologuista Alberto Arévalo comentó que López escribe en tercetos italianos, con alejandrinos de perfecta cesura y rima alterna encadenada. Continuó aseverando que  la combinación de toda la obra de López es el soneto y la forma básica que utiliza es la de la rima consonante abrazada, desarrollada por el modernismo a partir de la tradición francesa, con base en la cual desarrolla la de alejandrinos, la división en hemistiquios de seis o siete sílabas y otro tipo de variantes.
También expresó que junto a la ironía y al vago entrecruzamiento de lo culto y lo popular que revela su obra en la temática y el lenguaje, factor decisivo de su perduración es el carácter narrativo de su lírica.De ahí que Sanín Cano señalara que los sonetos de López conforman “versos perfectos”
Carlos López tuvo la característica de hacer poesía sin acudir a términos dramáticos y grandilocuentes, de hacer del poema un espacio en el que registra la insalvable tensión que tiene con su terruño, ese sentimiento de ser un extranjero en su tierra, que no encuentra en ella ni refugio ni realización y se ve arrojado a una desolada cotidianidad, poeta, en últimas, más preocupado en pintar su diferencia con el mundo que lo rodea que en dar cuenta de los laberintos de sus ser, más interesado en cuestionar las valoraciones que hace su entorno social, por ejemplo, cuando éste entorno antepone ese ser de la repetición estéril que es el comerciante a ese otro de la originalidad que es el poeta, que en quedar bien con los poderes vigentes.
Luis Carlos López inició una poesía de crítica social que después fue seguida por otros poetas, ninguno de los cuales podía tirar la primera piedra, porque así es la condición humana. Cuando alguien da sermones sobre la honradez podemos estar seguros de que se trata de un pícaro. El que es honrado se limita a ser honrado y no tiene nada qué agregar.
Por ser eminentemente crítica, la poesía de Luís Carlos López fue mantenida de lado y aún hay quien escribe ensayos para demostrar que esa poesía no critica nada, sino que es apenas risueña y condescendiente.
Un escritor como el “Tuerto” es alguien que se busca en su escritura la aventura de lograr un mundo nuevo mediante el expediente de ensanchar el área de incidencia del lenguaje poético. López encontró en la poesía, según Heidegger, lo más inocente, pero también lo más riesgoso y lo más peligroso; juego y búsqueda de construir una vida.

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