Danza de la lluvia

Presa. Estoy presa tras los barrotes de una fría ventana acristalada. Pequeñas gotas se deslizan escurridizas en el vidrio. Empañan mi vista. Mi rostro se inmola. Afuera la lluvia danza por todos los vericuetos. La lluvia es como una trenza que nos enlaza con el cielo.

Teje una cortina en el aire con destellos luminosos a lo lejos. Una música estruendosa la acompaña. Ella inunda las aceras, los ríos, el mar, la tierra. Inunda mi existencia. Me moja el alma. 


Destiñe los techos. Limpia los desechos. Fluye. Se expande. Toma intrusamente al mundo. La ciudad y el campo se le inclinan. Yo también bajo la frente. Hace y deshace. Se sale con la suya. Toca todo o casi todo. Arrecia con todas sus fuerzas. La furia se le apodera. 


Hoy es su día de fiesta. Anda suelta y no me deja salir. O quizás si pueda,  pero no quiero invadir su territorio conquistado. Su dominio de la naturaleza y el hombre. 


La observo. Sigo sin salir. Espero a que su actuación termine. La lluvia es la protagonista. Yo solo soy su admiradora. A lo lejos, algunos niños descamisados y descalzos siguen la corriente desbocada por el sendero del contén. Me acuesto a leer, en espera de que acabe su jugueteo.


Parece cansarse. Cesa de repente. Ahora escucho el repiqueteo de las gotas que caen de los aleros. El viento que sacude las hojas de los árboles mientras se bañaban. Una extraña tranquilidad se dibuja en las calles. Los paraguas se cierran. 


Con la palma de mis manos limpio los cristales de la ventana. La abro. Otras ventanas y puertas también se abren. Una fresca brisa me toca. Presumo que esta noche el calor no cobijará mi dormitorio.


Ya puedo salir, soy libre. Pero prefiero quedarme en casa leyendo. A veces sentirte presa por la lluvia es lo mejor que te puede ocurrir.



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