La catedral del helado

Cientos de cubanos asisten diariamente a ¨la catedral del helado¨ habanero. Acuden para disipar el calor que envuelve a la Isla el año entero. Inmensas colas los anteceden. Ya el cubano está adaptado a las  colas. Las colas sobran en Cuba y no es que quieran hacerlas, sino que es la opción más económica para sus lánguidos bolsillos. Más placentero sería sentarse en una heladería particular con aire acondicionado a deleitarlo.

Pero ya sabemos que la realidad de las masas es otra. No es solo el calor agobiante, es también el tiempo perdido. El segundero del reloj pasa velozmente y los segundos se convierten en minutos y los minutos en horas y las horas en colas. Colas en las que si estás en el horario donde el sol arremete más intensamente, hay que descomponerla y  refugiarse, con suerte, bajo la sombra de algún árbol. Lo otro es que en todo ese tiempo se está de pie.

Cómo se le dice a un niño que espere, que aguante sus deseos de tomarse unas bolitas de helado. Cómo se le dice a una anciana que espere de pie, media hora o más para que pueda sentarse unos minutos a engullírselo.

Pero este post no se trata de las colas, ni del calor, ni de la incómoda espera. Se trata del HELADO porque si al final de toda la cola, todo el calor y toda la espera, uno llegara y lo atendieran como es debido y le sirvieran como es debido, todo lo antes pasado se olvida.

Sin embargo, es todo lo contrario. Existe un menú que nunca ofrece las opciones que presenta. A veces entras imaginando que tomarás chocolate y te sorprenden con un naranja-piña. La dependiente -siempre apurada y con mala cara- va a anotar el pedido, solo te pregunta por cuántas ensaladas quieres. Es una camisa de fuerza, solo ensaladas, en la mayoría de los casos ensaladas de un solo sabor.

Digamos que obviamos esos pequeños detalles por el deseo de refrescar el paladar y quitemos otros, como que no te sirven el agua o te la ponen en la mesa sin ninguna cortesía. No sé si Diego y David, pasaron por esos percances cuando se conocieron en Coppelia. Supongo que  no formaba parte del guión de la película.

Hace pocos días fui a la famosa catedral del helado, pasé las colas, el calor, la espera. Todo seguía igual que años atrás cuando en mi época universitaria cada semana iba a tomar helado. Solo que esta vez fue indignante, pedí dos ensaladas. Cada ensalada se compone de 5 bolas, de un total de 10 bolas que me llevaron, si se unían no formaban 5. Una señora que estaba a mi lado, le sucedió igual, se molestó, le dijo a la dependiente que eso era una falta de respeto. Y la dependiente como si con ella no fuera.

Además se derretía a una velocidad inusual. Creo que le faltaba algún ingrediente. Escuché un comentario en el salón, que parecía que le añadían agua y luego lo ponían a congelar. Un colega, coterráneo me dijo que fue y la fresa, sabía a guayaba. Ya nada me extraña. Solo me entristece que esto suceda. 

Mi tío que hace muchísimo tiempo no va, guarda gratos recuerdos. Me ha contado del rico sabor del helado coppelia, de la variedad de sabores, de cómo disfrutaba ir cuando estudiaba. Y yo me cruzo de brazos, no sé si dejar que en su mente quede ese imaginario de coppelia o si lo despierto y lo invito nuevamente en una tarde cualquiera. Creo que mejor le dejo aquellos recuerdos de lo que fue y no es. Mientras, seguiré chocando con la dura realidad de tomar helado, a la espera de que cambié en algún momento.

0 comentarios: