Un lunes, día común de la semana, me
levanté a las 7 de la mañana, soñolienta aún y casi sin poder abrir los ojos,
efectué mis acciones habituales: asearme, vestirme, peinarme, tender la cama y
desayunar. Luego caminé con mi bolso al hombro durante la media hora que
faltaba para el comienzo de la faena laboral. Durante el resto del día realicé otras
actividades en un ritmo acelerado, puesto que el tiempo no alcanza. Todo lo
tenía planificado y cronometrado.
De este modo me percate de lo monótona
que puede ser la vida, si reiteramos día a día la misma rutina y no nos detenemos
a pensar en el sentido de vivir. Tal parece que vivo la vida de un robot, pero
lamentablemente la vorágine de la modernidad hace que actúe así, aunque para mi
satisfacción, no viva en una sociedad capitalista en donde el tiempo es oro y
todos corren de aquí para allá en agitación constante para trabajar al máximo y
emprender el camino del progreso. En esa sociedad no hay descanso y el hombre
vive en constante tensión.
La idea Progreso se basa en obtener una casa, un carro, un mejor estatus
social y económico, en fin luchar por alcanzar la quimera del ideal que la
sociedad industrializada presenta como el modelo para alcanzar la felicidad
plena del hombre.
Sin embargo para alcanzar esa supuesta
felicidad sufre una desacralización creciente y participa en la competencia contra la incontenible modernización
industrial que lo ahoga en la mercantilización del capital y que lo convierte
en fetiche de su propio desarrollo.
Este hombre está cada vez más expuesto a
la individualización, vive en un constante estrés y es prisionero de su
destino, puesto que el trabajo no lo libera de las preocupaciones. Su meta es
alcanzar el dinero para satisfacer sus necesidades y sus sueños.
Según Carlos Marx: “Resulta por
consiguiente, que el hombre (el obrero) ya no se siente libremente activo en
otra cosa que no sean sus funciones animales: comer, beber o a lo más en
construir su habitación, buscar el vestuario, étc. Y en sus funciones humanas
no se siente otra cosa que un animal. Lo que es animal se hace humano y lo que
es humano se hace animal”.
Marshall Berman, dice que a los hombres: sus ideas, sus
necesidades, incluso sus sueños, "no les pertenecen". Sus
vidas interiores están "totalmente administradas", programadas
para producir exactamente esos deseos que pueden satisfacer el sistema social y
nada más.
Parecería que el hombre no tiene otra
razón de ser, que obtener mercancías. Cuando la razón es el instrumento
fundamental de que es dotado para construir las nuevas formas de interactuar en
la sociedad.
El hombre moderno siente una carencia moral
y espiritual en su existencia, debido a
la segregación social que genera la competencia en el capitalismo, y esto
provoca el aislamiento y el no del intercambio con otros individuos. Es un
hombre que vive con miedo del futuro que constantemente tiene planificado en su
mente. Es un hombre preocupado por si mismo y enajenado. Vive para satisfacer sus deseos
pero hay veces que esos deseos no se alcanzan y estos se convierten en el terror
y la angustia de su propia vida.
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