Lienzo de mujer que espera



Esperanza ha perdido la esperanza. Solo quedan finas hebras esperanzadoras que huelen a encuentros y regresos. Cuarentona o cincuentona, cubana, madre, esposa, pobre. Esperanza Águila del Llano refleja a una sociedad desacralizada, a una generación perdida con sueños apagados por un periodo especial latente.

Esta mujer se va consumiendo en la decadencia. Su vida transcurre en una lucha constante por sobrevivir y aunque el tiempo le ha pasado la cuenta no se detiene en el absurdo que la rodea. Ha padecido hambre, angustias, dolor. Ha renunciado a sus esencias.

La emigración la ha golpeado, la separación de sus seres queridos la ha minimizado a la soledad de una casa vacía. Es un ser humano abandonado, sin propósitos, metas, todo se reduce a la espera de su hombre, su hija, su felicidad opacada.

Aferrada a su hogar, a su tierra permanece estática en una simbiosis de recuerdos figurativos de un pasado que pasó. Y a pesar de sus tormentos y escaseces mantiene sus convicciones y su cubanía.

Es arriesgada, habla sin restricciones con total libertad. Grita a los cuatro vientos sus penurias, sueños y pasiones porque necesita ser escuchada. No teme a los policías. Vive de escribir cartas que nunca serán contestadas, cartas que invocan un presente de carencias y nostalgias.

El actor Jorge Luis Lugo encarna a Perancita, personaje con el cual explota el humor inteligente y llama a la reflexión sobre problemas reales. Desde que aparece en escena, el espectador se sumerge en los avatares y la frustración de la que es presa esta mujer. Ríe y hasta llora con las situaciones verosímiles con las que se siente identificado.

Esta obra no es la simple representación de una mujer, es la estampa de un  país, de un momento histórico que sigue golpeando a muchos, de heridas que aún permanecen abiertas, del desgarramiento de una nación. Es un lienzo descolorido en el que se dibuja en blanco y negro la turbulenta cotidianidad de familias que se han despedido con un adiós eterno.

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