Todo nació de un basurero

A 30 pies de profundidad Ortelio se perdía de la vista de Yami. Bajaba a las 9 de la mañana y subía a las 3 de la tarde. Con pico en mano cavaba un pozo ante la sequía. Yami desde arriba pensaba que se le moriría en el abismo del hueco oscuro.

Nueve años antes de este suceso, ocurrido en el 2004, se conocieron Ortelio Aguila Alfero y Yamilia María Favia. Él se enamoró de la joven mulata. Ella arrancó con sus tres hijos y se fue a vivir a su casa. El hogar de tablas colindaba en las fronteras de un barrio marginal y un basurero en Camagüey.

Ellos abandonaron sus puestos en oficinas y trámites del transporte donde trabajaban juntos para dedicarse a la vida en el campo. Rescataron un pedacito de tierra en el vertedero, consiguieron unas vainas de habichuelas y las sembraron en nueve surquitos. De esas semillas germinaron los primeros frutos. Luego se lanzaron a la conquista de la basura y la desidia.

Cierto día, cansados de que la yerba les rozara las rodillas, decidieron hacer una calle. Pues todo era marabú crudo y piedra. Se “pegaban” duro al trabajo hasta que la noche los alcanzaba. No tenían días feriados.

Bautizado como el “tiradero”, por la recién finalizada novela brasileña Avenida Brasil, de allí aprovechaban todo lo inimaginable.

Yami recogía las bolsas de yogurt, les echaba tierra y cultivaba plantas ornamentales. En los embalses de nylon preparaba, además, árboles frutales para hacer viveros. Escardó mucho. Le gustaba adornar el lugar. Por eso cuando veía algún gajo que le gustara lo pedía o se lo llevaba a escondidas.

Para hacer puré de tomate, tomaban las botellas sucias, las lavaban y las reciclaban para utilizarlas como embase. Colaban la pulpa con un aro de bicicleta rescatado entre los escombros, al cual le añadían una maya.

Usaban las chancletas que otros desechaban. Las botas de tanto usarlas se rompían y con un machete caliente las pegaban. A ella nunca se le olvidará cuando su hija Yirka, en pleno Período Especial, no tenía zapatos para ir a la escuela primaria. La niña quería un par de zapatillas y Ortelio le dijo que tenía que ganárselas.

Yirka empezó a sembrar en un cantero lechuga. Lo que conllevó a que la llamaran lechuguita por sus compañeros de estudio. De esta forma recibió un dinero por la siembra y no solo se compró un par de zapatillas por 9 pesos cubanos, sino que le alcanzó para comprar una frazada de piso para limpiar.

En 1997 inauguran la Cooperativa de Créditos y Servicios Fortalecida 1ro de Enero con los mínimos recursos y sin ganar un centavo. Y otra vez el basurero los ayudó. Toda la documentación inicial la realizaron del papel que extrajeron de los vertederos.

Ortelio en aquella época hacía de presidente, comprador, administrador, custodio y Yami en varios puestos a la vez porque no tenían para pagarle a ninguna persona.

Al pasar el tiempo ingresaban y guardaban el dinero en el banco. Así, poco a poco se fueron haciendo de capital para invertir y fortalecer el negocio emprendido.

Actualmente producen toneladas de alimentos para la población, destinan toneladas de miel anual para exportar y poseen varios contenedores de carbón.

Sus ingresos oscilan entre 20 a 40 mil pesos mensuales en una cuenta corriente, con lo cual pagan un salario decoroso a los campesinos que laboran para ellos.

Sin embargo, para alcanzar lo que tienen hoy el camino no fue fácil. “Me decían que estaba loca, la gente se burlaba de nosotros. Los créditos, autorizos y papeleos eran interminables. Pero nunca nos dimos por vencidos”.

Ya la podredumbre se extinguió. Ellos desmontaron con sus manos un gran depósito de desperdicios. Ya el marabú y los desechos no les impiden avanzar. Ahora Ortelio y Yami salen cogidos de manos a recoger sus tierras sembradas. Y no olvidan que todo nació de un basurero y unas semillas de habichuelas.


(Publicado originalmente en OnCuba)

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