Manuel=Manuel, también ≠

Hoy por coincidencias de la vida llegan a mi dos escritos sobre mi libro. Primero fue la escritora Leidi Fernández de Juan en la Jiribilla, ahora el colega Arnaldo Mirabal en su blog Revolución, me ha sorprendido con este texto que no puedo dejar de compartir. Gracias Arnaldo a ti también por las palabras.

Hace cuestión de unos minutos acabo de zamparme de un bocado el libro de mi colega Lis García donde se acerca a la vida de ese grande de la caricatura cubana que es Manuel Hernández.

Apenas unas horas me bastaron para terminar la obra, y no se trata de mi avidez por la lectura ni de que sea breve el texto, pero cuando cae en las manos uno no se puede despegar, nace una especie de adicción repentina y quieres conocer cada nuevo testimonio sobre ese hombre tan sencillo y genial.

En un centenar de páginas la autora logró recoger parte de la vida de este matancero natural del Valle de Guamacaro, donde nació y a donde vuelve una y otra vez desde sus cuadros y piezas de cerámica.

Siempre habrá que aplaudir la decisión de Ediciones Matanzas de incluir en su colección el trabajo de Diploma de la joven Lis, quien se va haciendo un nombre propio en el periodismo matancero, tras cerrar con broche de oro el 2014, al alcanzar el Premio en el Concurso de Crónica celebrado en Cienfuegos; para irrumpir en el 2015 entregándonos esta joyita, sin mayores pretensiones que descubrir la esencia de un artista multipremiado, quien desborda sencillez y llaneza por cada poro de su piel guajira.

A partir de testimonios de familiares, colegas y amigos, logramos conocer lo que de la voz de Manuel quizás nunca obtendremos. De ahí que se agradece la decisión de la autora, y sus horas de desvelo, junto a los malos ratos como cuando después de grabar al Maestro durante horas, casi pierde todo el trabajo de la jornada. Pero el resultado final premió el esfuerzo. Un libro que nos regala a un artista de carne, hueso y jocosidad, y que cada periodista del patio, o matancero en general agradecerán.

A lo largo del libro se escapará más de una carcajada estridente por los disímiles sucesos que allí se narran. Un Manuel ingenioso a todo momento, que lo mismo aterriza en Bulgaria para recibir el Gran Premio de Oro en la Bienal Internacional del Humor y la Sátira en el Arte, que recorre una Candonga angolana, o surca el Atlántico en una barco pesquero, donde recibirá la noticia de que será padre. Sin embargo, se deja claro que donde más placer sentirá es en su natal Guamacaro, volviendo a las aguas del río Moreto.

Quiero insertar aquí un breve testimonio que me sucedió hace algún tiempo y que solo se lo he contado a Waldo, su hijo.

Mi primer trabajo publicado en el periódico Girón como graduado trataba sobre el Día del Trabajador Agrícola. Yo quise contar la historia a partir de la pintura cubana, comparando los campesinos sufridos que afloraron en la vanguardia pictórica del siglo XX, con los guajiros de rostros felices de Manuel. Nunca olvidaré la pluma de cierto funcionario del MINAG garabateando mi trabajo, porque según él, “no era necesaria tanta palabrería”. Eso es lo peor que le puede suceder a quien empieza.

Por suerte días después me topé con el Maestro en una actividad de la Upec, y tras colocar su mano en mi hombro, con una escueta frase agradeció el intento, y me preguntó si había consultado el ensayo de Ambrosio Fornet, lo cual me sorprendió, porque era cierto, fue cuando supe de sopetón que Manuel era además una excelso intelectual, pero sin ínfulas de nada. Desde entonces es mi amigo, aunque sé de antemano que en nuestra amistad nunca abundarán las palabras.

Estoy seguro que del Manuel se podrán seguir contando historias y filmando documentales. Hace algún tiempo me compré un cortaúñas con sus guajiros felices, y ahora tengo un libro que le entregaré para que me lo dedique y así presumir un poco. Palabra que este Premio Nacional de Periodismo y del Humor no conoce. Y lo único que no me gusta del ejemplar es que no lo escribí yo.

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