Cuando te sientas triste,
átate una trenza.
Enreda los motivos
en las puntas de tu pelo
y comienza a tejer,
nudo a nudo,
la libertad.
Luego la trenza galopaba en mi espalda. Se movía de un lado a otro. Guiaba mis pasos. Era feliz. Cuando se deshacía, mis dedos comenzaban a tejerla nuevamente. Volvían a atarme una. Quizás tejían mi libertad. Y como yo amo tanto la libertad mantenía mi cabello aprisionado. Desde entonces mi trenza me acompaña para no dejarla escapar.
Uy!!! que lindo!!! menos mal que andas con la trenza, porque con el pelo suelto ni Mufaza te hace nada
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