Brayan: mi gordito feliz

Mi barrio está lleno de chamas. El más grande tiene siete años y el más pequeño solo seis meses de nacido. Eso me alegra cantidad porque cuando yo era chiquita, no tenía con quien jugar. De no ser por mis primas Heidi y Dailyn que eran como amigas y más que amigas, hermanas, mi niñez hubiese sido in solitario, solo con la compañía de mi abuela materna, quien me crió. Si porque tampoco fui al círculo infantil, solo a las vías no formales, antes de empezar el grado preescolar.
Ahora a todas las mujeres de mi cuadra les ha dado por parir. Solo de las jóvenes falto yo y por el momento no quiero niños propios, me conformo con mis vecinitos. Son diez niños para un total de 14 casas en mi cuadra. Roy, Nela, Brián Abel, Meliza, Arnaldo Leonel, son algunos de sus nombres, pero el que me quita el sueño es Brayan, mi “gordito feliz”. Este niño es como un bebé compota. Cada vez que me ve, viene corriendo hacía mi para que lo cargue y después no quiere despegarse de mí.
Solo tiene un año y pico, aún no habla, pero sus ojitos y su sonrisa de niño feliz, dicen más que cualquier palabra. Brayan es muy cariñoso, se me abraza al cuello y descansa su cabecita sobre mis hombros hasta quedarse dormido. Le gusta que lo siente en el portal de mi casa a ver con pasan los carros. Le encanta comer, es un glotoncito, no puede ver a nadie comiendo porque se antoja. A cada rato tiene la boca sucia, de comer chocolate y el abuelo le dice que parece que comió rana, y él se ríe. Todo le causa gracia, así son los niños ingenuos, sin maldad alguna.
A Brayan le encanta jugar conmigo, y es que yo me pongo a su altura. Me siento en el piso y él comienza a sacar juguetes de una caja vieja. Viene corriendo y me lo da en la mano, regresa a la caja a sacar otro y así hace hasta que vacía la caja. Se sienta encima de los peluches  y se cae y se trepa de nuevo y se vuelve a caer.
Ahora su más reciente descubrimiento ha sido hablar por teléfono, o quizás el verbo no es hablar porque él gime sonidos de todos tipos, pero no pronuncia ninguna palabra. Es una jerigonza indescifrable, un trabalenguas, un dialecto extraño que él solo entiende.
Brayan es mi gordito feliz, él que me hace correr tras él por toda la casa, incluso gatear, y reírme a carcajadas por sus ocurrencias. Es mi gordito feliz que me regala y comparte cada día instantes de felicidad.

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