Viñales, punto de partida II

Dos Hermanas, un campismo que me tragaba entre sus mogotes. Mi cabaña, la 11. Mis cabañeros: el archiconocido Arnaldo, István y Yairis. La catalogaría como la mejor cabaña, la de la fiesta, la de la bulla, la del ruido, la de compartir tequila, vodka con naranja, ron, vino y de cuanta bebida alcohólica dispusiéramos; en conclusión, la de la gozadora. No sé porque, pero todos los que entraban a ella, se quedaban.

A la llegada todos teníamos un hambre atroz. Todos fuimos de cabeza para la cafetería. Y esa frase de que los últimos serán los primeros o los mejores, es puro cuento. Los últimos se quedaron sin comer porque el pan escaseaba, y sin pan la cosa no camina.

Sacamos las cuentas de la comida, buscamos la ropa de cama, nos aclimatamos. Luego en la cabaña “caliente”. Camilo abrió la super botella de tequila, La Leyenda del Milagro y de mano en mano, de boca en boca, nos la fuimos bebiendo, semejante a la pipa de la amistad.

Por la noche, como todas las noches que le sucedieron, la pista de baile se llenó, y aunque el animador fantasma se iba y dejaba la música puesta, y aunque la música fuera pésima y el repertorio fuera el mismo siempre, nos divertimos cantidad.

Yairis y yo ese día nos acostamos temprano.
Y a la mañana siguiente. 
-Pero ustedes, no sintieron nada. 
-No, nada, qué pasó. 
-Na, na, na, eso es mentira.
-Que no escuchamos nada.  
-Pero si el televisor lo encendimos. Lo alzamos a todo el volumen.Cantamos casi al reventar: ¡Felicidades (…) en tu día, que la pases con…"Bahhhh, Bahhhhhh, les gritaba Claudio. Bahhhhh, Bahhhhhh, gritabamos todos". 
-Pues, no los escuchamos.

Aún no sé si nos creyeron. La duda quedó sembrada. Y a la verdad que tuvimos un sueño profundo, profundo.…………

Al despertar, un mural refrescaba mis ojos con su encanto. De Viñales nunca olvidaré su escalada y la cara de Arnaldo, con su vértigo andante y su cara de resaca, siempre con gafas para intentar ocultarla, al no poder subir. Y esa vista desde la cima, en la que se apreciaba el valle en su plenitud. Tampoco la sección de fotos que nos hicimos saltando en el aire, formando un círculo acostados sobre la fina hierba.
En donde sacamos los niños que llevamos dentro y lo echamos a volar. Y es que esa sensación de libertad, de sentirte liberada, relajada, sin preocupaciones, es la mejor receta para cuando uno está cargado y agobiado. Y yo la experimenté en Pinar.

Me impresionó la Casa Taller, del proyecto comunitario Raíces. Sorprendente por la cantidad de figuras talladas en madera por un hombre que comenzó a tallarlas a partir de la revelación de un sueño y ahora lo ha convertido en realidad, haciendo de su casa, un lugar mágico y singular.
El memorial de los Malagones, también me impactó. Me dio la impresión de ser un templo sagrado. Qué decir del historiador de Viñales, de sus leyendas sobre los Acuáticos, del profundo conocimiento que tiene de cada detalle, de cada historia que lo rodea y de la Cueva del Indio, de los niños con Síndrome de Down, que nos presentaron su música y su baile, de la alegría dibujada en sus rostros.
…………

Otra de las cosas que nunca olvidaré es cuando a Itsván se le perdió la llave de la cabaña. Mayra, Yairis y yo fuimos a hablar con el administrador y resulta que la llave no tenía copia, solo unas pocas la tenían. No sabíamos qué hacer, la solución fue con un destornillador sacar cada persianita sin forcejearla y sin romperla y entrar de esa manera. Parecía que estábamos en un iglú. Le llamábamos nuestro iglú o nuestra casita de perros. Le tendimos una sábana y los que nos visitaban se tenían que agachar. Pensábamos dormir así y mudar nuestras pertenencias para el lado, en la cabaña de nuestros vecinos, la segunda mejor cabaña después de la nuestra, por el cafecito, jeje.

Tocaron a nuestro iglú. Agáchate, le gritamos. De pronto abrieron la puerta. Era Aracelys con la llave, que la tenía su novio. Nunca supimos cómo llego ahí, pero nos sirvió para hermanar nuestros lazos y darnos un tiempo de abrazos.

Tampoco olvidaré la solidaridad de Ulloa, al ayudar a István a arreglar la puerta. Ni el hombro del Jhony cuando no los ofreció a Yairis y a mí para que durmiéramos en el camión durante el viaje de regreso.

Y ni hablar de la última noche, en la que estuvimos discutiendo hasta pasada las doce de la noche y no llegamos a ningún o casi ningún acuerdo. Hecho este que reafirma la heterogeneidad de Blogosfera Cuba y que nos impone el reto de buscar más la unidad dentro de la diversidad.

Viñales me sirvió de mucho. Me ayudó a conocer a muy buenas personas. A sentirme como hacía tiempo no lo hacía, a ser simplemente yo, otra vez. Y sobre todas las cosas, a ser un poquito mejor bloguera. Creo que mi blog ya no será el mismo después de Viñales. Viñales fue solo el punto de partida.

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Viñales, punto de partida

Mira que le he dado vueltas a la idea de cómo empezar este post. Dice el profe Luis Sexto que los inicios siempre son los más difíciles, yo creía que no, que eran los finales, pero ahora no sé qué decir o quizás sea todo lo contrario que tengo mucho que decir, lo que no sé es por donde empezar. 

Matanzas- La Habana
De 3:30 p.m. a 4:00 p.m. acordamos vernos en el viaducto de Matanzas. El destino: el valle Viñales con escala en La Habana. Al llegar, ya Yairis y Arnaldo hacía rato estaban allí. Con mochila y bolsos al hombro nos trasladamos hacía el paseo Martí porque ninguna “botella”, como le llamamos al transporte que nos lleva por 20 pesos hasta la capital, ya sea un carro estatal o una guagua, no nos paraba.
En la nueva ubicación estuvimos horas. Hasta que al fin, nos montamos en una de esas guaguas como caídas del cielo, con aire acondicionado y todo. La única que cogió asiento fue Yairis, Arnaldo de pie y yo sentada al fondo, en el piso.
De noche invadimos La Habana. Llamamos a Camilo y él nos dijo que fuéramos para su casa, que nos tenía preparada comida, pero el hambre que llevábamos no nos dejó evitar comernos unas deliciosas galleticas de chocolate que Yairis compartió en un banco del Parque Central.
Luego nos dirigimos al Parque de la Fraternidad a coger un taxi hasta Guanabacoa. Un hombre que hacía de intermediario para conseguirle pasajeros al chofer nos preguntó:
-¿Para dónde van?
-Para Guanabacoa -respondimos los tres a coro-.
-Pero, para que parte de Guanabacoa -insiste-.
-Pues, ummmm, no sabemos y nos miramos las caras.
Espera, espera, y saca Arnaldo un papelito. Aquí dice, por la termoeléctrica…., doblar a la izquierda, coger por un trillito…
-Y eso es una dirección o una carta, se ríe el hombre…
-¿Cuánto nos cuesta?
-Cinco pesos
-No, que va asere, mira que nosotros no somos de aquí, y mañana nos vamos para Pinar del Río y no tenemos tanto dinero.
-Bueno, cuatro, menos no puede ser.
-Está bien, cuatro entonces.


Qué dolor nos dio, pero a esa hora, no nos quedó de otra. Por suerte el chofer conocía la zona y nos dejó en la puerta de la casa de Camilo. Camilo no solo nos ofreció un techo y su propia cama para dormir, sino que tanto él como su familia, especialmente su mamá, nos llenó de atenciones, y esa hospitalidad, se ve bien poco en estos tiempos modernos y se agradece.


La Habana-Pinar-Viñales
Sentí un ruido bien temprano. Afuera oscurecía todavía. Era Camilo haciendo batido para el desayuno, y al despertarnos ya estaba servido a la mesa. Así es Camilo de especial con sus amigos, y no amigos. Yo odio levantarme temprano, pero el lugar adonde me dirigía valdría la pena hasta que dejar de dormir una noche entera, si fuese necesario.
Una nuevo día y un largo viaje nos esperaba. El desandar montes y ciudades, con espíritu guerrillero, se tornaba una opción apetecible.
De Guanabacoa un camión de cinco pesos, otra guagua y otra hasta 100 y Boyeros. No veíamos a nadie, me asusté un poco. Pero al frente se encontraba parte del grupazo que se internaría en los mogotes pinareños.
Otro camión hasta Pinar. El sueño, el cansancio y la gripe que se gestaba en mi interior casi me vencían, pero por suerte duermo casi en cualquier lugar, tengo un sueño de plomo y ya había tomado cogrip. En el camión se sentía el furor, la alegría de quienes hacía tiempo no se veían. Había caras conocidas de la facu, del face, pero allí todos me eran familiares, hablábamos el mismo código, no existían distancias.
Unos leían, otros no paraban de reír, otros no paraban de conversar, muy normal dentro del gremio periodístico, extraño sería que no hablaran. El camino se tornaba agradable, el gris de la ciudad y sus matices se sustituían por el verde, verde de los campos, de las vegas de tabaco.
Por un momento intenté leer, pero los saltos del camión, me lo impedían.
Era un jueves, pero en Pinar parecía domingo, las calles se encontraban casi semidesiertas. Caminamos hasta el estadio y allí nos esperaban los blogueros de la provincia y nos esperaba OTRA GUAGUA…
De la ciudad de Pinar a Viñales, era como adentrarse en otro universo, la naturaleza, el clima, las casas… eran diferentes. Y por fin, después de este largo viaje, arribamos al campismo Dos Hermanas. Y con nosotros la lluvia, y con ella muchas historias que no caben en este post.

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Miedos

Los fantasmas de la noche hoy deambulan por mi cuarto, empecinados en no dejarme dormir, en impedirme que alcance mis sueños. Y no me puedo dormir, cierro los ojos, pero estoy despierta.
Lucho con los testaferros del pasado. Me niego a imaginar la nada y sucumbo ante el espanto de lo inalcanzable. Trato de descifrar enigmas, más es en vano.
Me desvanezco. Siento que la cama y la almohada que habito me llevan lejos, me alejan de mi realidad.
Quiero volar, quiero que le salgan alas a mi imaginación. Quiero olvidarme de todo. Solo quiero soñar y no puedo. Mis sueños se borran lentamente ante mis ojos. Trato de agarrarlos, apretarlos, abrazarlos, pero huyen escurridizos, se alejan de mí y me dejan sola. Y odio la soledad, odio el silencio misterioso de una habitación vacía, en la que solo escucho mi respiración, mis latidos, mi yo.
Lucho con los fantasmas. Abro las puertas, las ventanas. Corro detrás de ellos. Los sacudo, los empujo, los expulso. Me bato cuerpo a cuerpo, sudo, pongo todas mis fuerzas. Hasta que me debilito, caigo, no sé si los espanté, los acabé, los derroté, pero caigo lentamente. Mi fuerzas se debilitan....Luego abro los ojos y descubro que todo fue un sueño.


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El mérito es ser auténtico

Cercano ya a las cuatro décadas de vida, Norge Céspedes Díaz, más que periodista y escritor es un artesano de la palabra, un amante del buen decir y la renovación constante. No es posible atarlo a un género determinado, el va más allá. Con un lenguaje claro y preciso en la comunicación opta, a veces, por los híbridos, las mezclas, la nueva creación.
Norge es de esos hombres que llevan en su rostro las huellas de una madrugada en vela. Pero más allá de todo agotamiento, su mirada está ávida de nuevos saberes, de trabajo con el acontecer social. Sus libros reflejan la dedicación constante porque la investigación periodística sobre cada tema  perdure en forma periódica, como un cuento donde sus protagonistas pasan de simples personas a arquitectos de la historia de cada comunidad, así lo refleja en Juan Candela y otras narraciones de Zapata.
Este escritor encontró en el arte de cultivar la palabra, la unión exacta entre sus dos grandes pasiones: el periodismo y la literatura. Y es que Norge no se cansa de crear, aunque a veces le sea preciso violentar cánones, traspasar las fronteras de las divisiones genéricas, innovar. Es por ello que en ocasión de la XXIII Feria Internacional del Libro presentó el texto Manos a la  obra. Testimonios de artesanos matanceros, que figura un acercamiento al quehacer de la artesanía matancera.
El libro muestra un compendio de 21 trabajos que abordan los géneros de la entrevista y el testimonio biográfico. El prólogo es de Yamila Gordillo, especialista del Museo de Arte de Matanzas y el diseño de Enrique Trujillo.
“La idea surgió a partir del año 2004 cuando empecé a desenvolverme como editor y redactor del boletín El artesano, publicación trimestral de la filial matancera de la Asociación Cubana de Artesanos y Artistas (ACAA). Una de las secciones fijas era una entrevista. Me gustaba presentar siempre una figura, que se viera su biografía y algunos modos del artista desarrollar su obra, ¿cómo estaba imbricado en la artesanía matancera?, la tradición artesanal matancera y, los que estaban implicados con la ACAA”, comenta Norge.
En las entrevistas se refleja la trayectoria de estos maestros de las manualidades y la artesanía en su trabajo con la piel, los textiles, los recursos marinos, con fibras naturales, con metales, con madera, en general existe diversidad en cuanto a las generaciones y las formas de acercarse a esta manifestación de las artes. Con esta publicación Norge le atribuye un doble valor a la artesanía: utilitario y artístico.
“Pienso que el aporte fundamental del libro es que ofrece una historia del panorama artesanal en Matanzas en las últimas décadas.Ofrece detalles del hacer de cada uno, su incorporación a la ACAA. En él se unen las entrevistas ofreciendo una visión de la artesanía en Cuba, que ha sido una manifestación subvalorada por la crítica y las instituciones desde períodos precedentes al proceso revolucionario”, asevera el escritor.

(Por Lis García y Midyala, estudiante de Periodismo)

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