La visita

Toca a la puerta. Nadie espera.

Entra.

Adentro alguien duerme. Los ronquidos inundan la habitación, la cuartean, la laceran con un eco molestoso. Las paredes rechinan por el espantoso ruido.

En el interior muebles empolvados. Las telarañas cubren las esquinas; el hollín las lámparas del techo y los adornos.

Una mugre empaña el piso: engomado, sucio. La costra en los balancines de los sillones se siente pegajosa. Viejos cuadros desteñidos, virados.

Un gato descansa sobre un cojín en un sofá desvencijado. Todo es austero. Las cortinas opacan la luz del sol. Abandono. Soledad.

Avanza.

En la cocina abre el refrigerador. Solo hielo y unos pomos vacíos. En el piso residuos de comidas descompuestas. En un plato leche cortada y carne con gusanos. Tal vez para el gato.

Llega al cuarto. Ya los ronquidos enmudecieron. El reloj marca la medianoche. El ventilador echa aire caliente. Un cuerpo yace en la cama. No se mueve. Sus ojos hacen muecas.

Sale.

Nadie supo su nombre. Nadie vio. Nadie habló. Solo silencios mudos, tras ronquidos ensordecedores  escucharon sus adioses.

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